Han transcurrido 100 días de una nueva administración pública federal, de la más disruptiva de que muchos de nosotros tengamos memoria; primeros días que no fueron inerciales o improvisados y que han sido para derribar anquilosadas formas y fondos de hacer gobierno, por demás inútiles para una gran parte de mexicanos. Apenas a mediados del año pasado, una mayoría de ciudadanos decidieron que había sido suficiente; estaban hartos de tanta corrupción, de tanto dispendio público, de tanto saqueo a la Nación; de tanta inseguridad y violencia como nunca antes nuestra generación y la de nuestros padres habían visto; estábamos hartos de que los años pasaban y la situación económica de nuestras familias no cambiaba o no avanzaba lo suficiente a pesar del esfuerzo de nuestras manos, pues nuestra mesa era cada vez más difícil llenarla con alimentos; nuestras casas comenzaban a deteriorarse y no podíamos repararlas con la facilidad que recordábamos; la ropa de nuestros hijos se hacía cada vez más vieja y dejamos de renovarla a suficiencia. Las cuentas simplemente no cuadraban cada vez, a pesar de que en la familia eran más los miembros que participaban en la aportación de ingresos.

El deterioro en el nivel de vida de la clase media urbana fue evidente; ni qué decir de la situación de la población rural, que concentró la pobreza extrema. El crecimiento rumbo al desarrollo económico no nos había alcanzado como nos lo prometieron por sexenios, quizás nunca fue el plan que así sucediera... solo tratábamos de asimilar por qué denuestros bolsillos casi siempre se encontraban vacíos.

En fin, mucho a nuestro alrededor parecía haberse estancado en el mejor de los casos, reflexionábamos cómo era nuestra colonia ayer, pacífica, con pequeños negocios y con vecinos que se ganaban la vida honradamente, desde el mecánico al licenciado, con el bullicio del tradicional mercado; o bien, recordábamos al campesino en sus huertas, con sus árboles frutales y siembras diversas, con sus animales, con sus pozos de agua, con cierta tranquilidad a cuestas. Todos a nuestro modo, prosperábamos un poco cada día. ¿Y cómo no hacerlo? Nuestro país era vasto, rico en recursos, con gente buena y esforzada. ¿Cuál era el problema entonces? En julio de 2018, 30 millones de mexicanos respondieron al unísono contra malos gobiernos emanados de las fuerzas políticas de siempre.

Por 20 o 30 años promesas de presidentes, de gobernadores, de munícipes y de legisladores, iban y venían y nos envolvían con tal facilidad, abusando de nuestra buena voluntad o de nuestras ganas por un futuro un poco mejor, que aprendimos a vivir entonces con cierta frustración por lo incumplido, que apenas se aliviaba por pírricos apoyos públicos y en algunos casos, desquitada en las siguientes elecciones. Obtuvimos luego una ansiada alternancia democrática en el lejano año dos mil, no obstante, de poco nos sirvió aquella terrible administración que, en resumidas cuentas, perdió una oportunidad histórica para desarrollar integralmente a México, retomó los vicios de administraciones pasadas y reinició nuestra búsqueda de mejores liderazgos públicos.

Es innegable que ante la deteriorada situación descrita, existen mexicanos a los que no les fue tan mal, compatriotas a los que el modelo económico los favoreció, mejoró sus alimentos, su casa, su ropa; su nivel de vida se elevó; tenían buenos autos, salían de vacaciones, podían ahorrar y hacer patrimonio sin que fuera una excepción; para ellos, las administraciones neoliberales no los excluyó, educó a sus hijos y les dio acceso a empleos dignos, y realmente pudieron resguardarse un poco mejor de la nociva situación a su alrededor; no obstante y para mal, no representan hoy más del 10 o 15% de la población total.

Al menos 11 mil días de malos gobiernos han transcurrido, contra 100 disruptivos de AMLO; ni el 1% del tiempo que tardaron en derruir nuestra querida Patria. Y desde la trinchera que nos toque, estamos iniciando la reconstrucción.

Senador

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