Uno de los momentos más importantes en el vino es el proceso de maduración, cuando los productores deben tomar una de las decisiones más importantes: ¿corcho o taparrosca? y, si es el primero, ¿corcho natural, corcho técnico (elaborado con partículas de corcho) o corcho sintético? Tomar la decisión correcta es fundamental, pues durante la maduración ocurren cambios significativos en los caldos que tienen que ver con el contacto con el oxígeno. Un corcho promedio permitirá la entrada, en el transcurso de un año, de un miligramo de oxígeno a la botella. Aunque pareciera mínimo, es un factor a tomarse en cuenta pues muchas botellas descansan más de dos o tres años en la cava, antes de liberarse para su consumo. Esta cantidad de oxígeno es suficiente para ayudar a integrar los sulfitos, compuesto que muchos productores le agregan al vino para protejerlo de la oxidación. Hace 20 años, el corcho natural era la única opción para sellar las botellas. Para obtenerlo, se retira la corteza del árbol del alcornoque cada siete años (hasta alcanzar el grosor deseado) y luego se cortan los cilindros. En 2005, la revista Wine Spectator probó dos mil 800 botellas selladas con corcho natural y únicamente en un siete por ciento se encontró contaminación por TCA (tricloroanisol). Así, las posibilidades que una botella salga acorchada o contamidada son de una por cada ocho botellas. Por otro lado, el corcho sintético está hecho de poliestireno, el cual deja entrar más oxígeno; muchos productores lo prefieron porque se puede medir la consistencia de este aspecto. Así, muchas veces se eligen estos corchos para controlar la oxidación. El granito del arroz para el sintético: debido al material, lleva mucho más tiempo degradarse.

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