La mitad del sexenio ha transcurrido, poco tiempo para hacer grandes transformaciones o mucho cuando las cosas no funcionan como se esperaba. ¿En qué parte se encuentra México?

Lamentablemente no siempre se realiza un diagnóstico objetivo y apegado a la contundencia de las cifras. Reiteradamente se apela a la esperanza del futuro y no a la realidad del presente y el pasado.

En muchas ocasiones se apela al voluntarismo o se defiende la posición que se ocupa en la pirámide del poder político, económico y social; de ello depende el cristal con el que se observa el vaso para afirmar si se encuentra medio lleno o medio vacío.

La historia importa como referencia, es un punto de comparación. El problema para México es que el pasado se encuentra contaminado de un crecimiento económico mediocre. Tendríamos que preguntarnos si vale la pena comparar el hoy contra un ayer en donde la nación sólo ha crecido 2.5% en promedio. Ganar o perder algunas décimas sólo significa que se sigue inmerso en el mismo proceso que algunos han llamado de estancamiento estabilizador.

Hablar de estabilidad macroeconómica significa mucho y a la vez poco. Representa algo positivo que se logró gracias a los pactos económicos que comenzaron a finales de los años 80 y que continuó con el control de la inflación con base a la contención de los salarios. ¿Qué ha cambiado desde entonces en esa materia?

La baja inflación no es producto de un incremento en la productividad laboral o de la denominada como productividad total de los factores. Se debe más a la baja dinámica del mercado interno, de la importación de productos baratos de China y de la absorción de costos que las empresas han realizado de choques como la depreciación del tipo de cambio que estamos viviendo.

Una visión de corto plazo se puede congratular de ello, desafortunadamente en un horizonte más largo de tiempo esto representa una factura que se deberá pagar, tal y como hoy lo estamos haciendo con las cuentas que nos heredaron los errores cometidos desde los años 70, cuando se hipotecó a la nación con un endeudamiento externo que implicó el sacrificio de la inversión productiva del Estado y la posterior quiebra de una gran cantidad de empresas privadas transformadoras. Fue la crisis de los años 80.

La promesa de aquel entonces fue que México se integraría a los países desarrollados, una muy similar a la realizada por los gobiernos que desde mediados de los años 80 implementaron una política económica de apertura comercial total sin una estrategia de desarrollo productivo interno.

En aquel entonces el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se vendió como el mecanismo que llevaría a México al mundo desarrollado. Para apuntalar políticamente dicho argumento se logró la pertenencia nominal a la Organización para Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la cuestión es que la realidad de nuestros resultados sociales y económicos no avala dicha membresía. Hoy la nueva promesa se llama TPP, en 20 años ¿Cuál será el recuento de sus resultados?

México participa de las reuniones de la OCDE y de la OMC, por ejemplo, pero no ejerce el liderazgo que le correspondería si los logros hubieran sido los que se prometieron. Hace 35 años otros países emprendieron transformaciones similares a las de México: Corea del Sur, Singapur y China avanzan no sólo con estabilidad macroeconómica, lo hacen con desarrollo social, económico y tecnológico propio.

Su fundamento no es sólo el comercio exterior, la solidez de su progreso radica en una industria propia que convive y compite con la trasnacional. No se puede entender el éxito de dichas naciones sin referirse a sus grandes y medianas empresas, así como a la construcción de una base educativa, de infraestructura, energética y de servicios públicos de clase mundial.

Para México, después de tres años lo que resta deben ser resultados inobjetables que transformen una realidad que no corresponde con los recursos físicos y humanos de que dispone la economía clasificada como 15 del mundo. Después de todo se sigue aplicando el mismo modelo de los últimos 30 años.

Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico

Por José Luis de la Cruz Gallegos

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