F ue un viaje a Miahuatlán, en San Isidro Guishe, Oaxaca, lo que lo convenció. Sabía que esa sería su vida desde aquel momento. Meses atrás había renunciado a la dirección general de producto de L’Oréal en Colombia, pues quería regresar a su país y, “aunque suene muy trillado, quería hacer algo por México”. Parecería que todo se arregló para que tomara un producto artesanal y lo convirtiera, lo potencializara, en lo que había hecho por más de 10 años en la empresa de cosméticos: un producto de lujo a la altura de la champaña.

Gabriel es el cliché, en el buen sentido, de lo que muchos quisieran para ellos mismos. Después de llevar una vida propia de un ejecutivo exitoso, con divorcio incluido, viajes por el mundo y estrés a tope (la causa de esas migrañas que no extraña), le dio un giro de 180 grados a su rutina. Eso sí, no deja de hacer deporte todos los días. Por eso vive cerca del parque de Chapultepec, en la colonia Condesa de la ciudad de México.

Incluso, hizo a un lado la burocracia propia de una empresa grande como la francesa y ha llegado al extremo de tener un acuerdo “de palabra” con sus propios productores, en Oaxaca. “Se trata de una relación de confianza.” Los estándares sí que cambiaron en la cabeza de Gabriel.

Certeza e incertidumbre

Estudios de mercado, experiencia, marketing (con mucha publicidad), presupuestos millonarios. El lanzamiento de un producto en un nuevo territorio para L’Oréal consistía en toda la maquinaria necesaria para que las cosas sucedieran. Era parte del trabajo de Gabriel como director de las diferentes áreas.

Dejó la certeza de que su producto saldría con la calidad esperada, sin temor a que la fábrica alcanzaría la calidad deseada, sin rango de error. En Miahuatlán la historia es diferente. Aunque el mezcal tiene cierta estandarización, por ser artesanal tiene un porcentaje de incertidumbre. El sabor de cada cosecha varía, no al grado del vino, pero para nada con los estándares de una línea de producción a las que estaba acostumbrado.

Según la variedad, la piña del agave tarda entre ocho y 25 años en madurar para poder jimarse y comenzar el proceso para ser mezcal. La tierra, el clima, las temporadas de lluvia y sequía y los vientos influyen en el líquido que termina en la botella. Se trata de un trabajo artesanal que requiere una experiencia, “una herencia cultural que se transmite de padres a hijos”. Así se lee su boletín de prensa, que deja ver que el lujo tiene una parte de riesgo, por llamarle de alguna manera, que el producto (o servicio) no es tan estandarizado como un commodity que algún financiero compra o vende desde su edificio con aire acondicionado. Esta historia implica por lo menos algo de tierra en las suelas.

Desde su infancia, en su casa le animaron a estudiar algo “seguro”. Así que decidió ingresar a LAE, como le llaman a quizá la carrera más genérica dentro del sistema Tec (ITESM). Administración de Empresas es finalmente también la carrera de los emprendedores, y ese gen no se quita fácilmente, ni siendo empleado por 13 años en algún holding internacional. Esta vez ir a lo seguro le funcionó a Gabriel.

Mientras corría en Bogotá, Colombia, le quedó claro que tenía que cambiar de aires. Su posición en la oficina de México no existía, su visión de hacia dónde llevar el negocio no la compartía con las personas a quien le tenía que reportar ahora, quienes, según él, no conocían el mercado latinoamericano. En fin, aquella mañana, cuando suele aclarársele la mente a Gabriel, lo vio definidamente: tenía que dejar la empresa donde creció profesionalmente, que le enseñó nuevas habilidades y que cada evaluación que tenía le mostraba el mismo resultado: “tienes que saber escuchar”.

Gabriel Pacheco me confiesa que sigue adoleciendo de esa “área de oportunidad”, pero que ahora intenta llevar su pequeña empresa al trato más personal, donde no sólo tiene que escuchar, sino contar la historia del mezcal Viejo Indecente. Y la suya también.

Epifanía

“No fue una epifanía tan clara. Fueron varias veces que te lo preguntas una y otra vez”. Se refiere a haber dejado Bogotá por la ciudad de México para emprender “algo que me hiciera dormir más tranquilo”. Ese “algo” aún no lo conocía.

Desde antes de L’Oréal ya había tenido sus aventuras al frente de alguna empresa, en el sentido de “aventura”. “Uno piensa que tiene que hacer lo que más le gusta, pero eventualmente me administré mal y quebré”. Eso que le gusta tanto es el golf. Desde niño practicó el deporte por antonomasia de los directivos y se dedicó a conseguir patrocinadores para los campos.

Para su edad, el primer año fue muy exitoso. Entre viaje y viaje, se enfrentó a un problema que muchos quieren tener: cómo administrar su dinero. Resultó que no lo hizo tan bien y se vio obligado, meses más tarde, a regresar a vivir con sus padres. Esas maletas de vuelta con sus papás fueron una de tantas lecciones que lo forjaron como emprendedor: tener que admitir que se había equivocado.

Entre viaje y viaje

“Soy un viajero empedernido y quería viajar más”. Antes de que la idea del mezcal se le subiera a la cabeza ya tenía claro que quería viajar más. Compró un “Round the world ticket” antes de dejar Bogotá que iniciaba a finales de mayo del año pasado. Le extendieron tanto su labor en Colombia, mientras conseguían a su reemplazo, que terminó en abril del año pasado su aventura de 13 años en el holding francés.

Al regresar de su viaje por el mundo recordó que unos meses antes invirtió algo de capital en el negocio de una amiga: un proyecto sustentable, con impacto ambiental que produciría mezcal.

Una cosa es poner dinero y otra muy diferente estar apasionado por hacer que un proyecto florezca y estar al frente de él. Gabriel aún no estaba enamorado de aquel mezcal. Fue hasta aquel viaje en auto a Oaxaca, a conocer Miahuatlán, en San Isidro Guishe, que, esta vez sí, como epifanía, supo que quería dedicarse a esto. Sentarse a la mesa con la familia que produce el mezcal, hoy buenos amigos, para escucharlos. Para quitarles los prejuicios que tenían de la “gente de negocios”, como él había sido alguna vez.

En ese viaje al estado del sur no leyó ningún estado financiero, ninguna proyección de utilidades. No por ello no se trataba de una empresa seria, incluso, de mayor plazo (en cuanto a producción) que lo que solía hacer en L’Oréal. Esta vez tenía que planear a cinco años para conseguir el mezcal de la más alta calidad.

De pronto, su espíritu emprendedor entró en acción casi inconscientemente. Sin reparar en ello ya se veía involucrado en su nueva pasión: el mezcal Viejo Indecente, aunque aún no le llamaba así. Toda su experiencia en desarrollo de producto se topó con ese nombre, el tipo de botella (importada de Francia porque “aquí no encontramos una con esta calidad”), el proceso de producción (en busca de preservar la tradición y al mismo tiempo no desperdiciar nada) y, sobre todo, la historia que quería que su mezcal contara con simplemente verlo en un aparador.

Más allá, aún. Para Gabriel la denominación de origen es sólo una condición de posibilidad para hacer que los productores se unan y cuiden el mercado a tal grado que se convierta en la champaña de México. Tiene todo para hacerse realidad. “Admiro mucho cómo los productores de Champagne respetan cierta calidad y precio”. No sucedió lo mismo con el coñac, que hay de todas las calidades, así que el precio (y la utilidad también) les ha afectado a quienes sí tienen un producto excelente. “Veo que este producto (el mezcal) tiene un gran potencial para convertirse en eso aquí en México”, dice.

Una aventura indecente

Kristina bromea que la botella parece de perfume. En parte tiene razón. Kristina Díaz es quien estaba al frente de aquel mezcal pensado para un público más amplio. Hoy trabaja de la mano con Gabriel para, más que darle atributos de lujo, descubrirlos y sacarlos a la luz. Para eso es la botella francesa. “Una vez que la tuve en mis manos me quedó claro que no se trataba de un mezcal más”.

Aunque parte de ser de lujo es ser vehículo de una tradición, “la botella que casi todos los mezcales usan hoy es una que usa Los Danzantes”. Viejo Indecente tenía que ser diferente, pensó Gabriel.

La parte sustentable y con impacto ambiental ya estaba cubierta con esos viajes a Miahuatlán. En esas plácidas pláticas con los productores descubrieron nuevas maneras de desperdiciar menos piñas de agave, al evitar que se quemaran tanto (lo que le da el ahumado a muchos otros mezcales). Su sistema de plantar otras plantas entre los agaves es una manera de sacarle mayor provecho a la tierra. Y el ciclo de cinco años para la producción le asegura a la familia productora una certeza que antes no tenían sobre quién le podría comprar su bebida alcohólica.

Un punto importante ha sido la historia que Gabriel tiene que contar sobre su producto. Aunque en su antiguo trabajo sí tenía algo que ver con este proceso, hoy le dedica varias mañanas a “educar” a grupos de meseros para que comprendan y destaquen las bondades de los mezcales.

Ahora lo hace él personalmente y casi sin quererlo tiene que probar alcohol desde muy temprano, aunque, medio en broma, medio en serio, procura aquella regla chilanga: antes de las 12 no se toma.

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—¿Por qué el nombre Viejo Indecente?

—Queremos que sea un producto con valores de lujo que se respeten en todo el mundo. Lo que tenemos en común todas las nacionalidades es la indecencia—. Su argumento, forzado o no, funciona también como un disparador de conversaciones alrededor de su botella, y eso es algo que se agradece.

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